Relato: Hikikomori

Con
una mano haces lo que puedes, mientras en la otra sostienes el móvil,
navegando y prestando poca atención a lo que haces con la primera
mano. Vas al baño, preparas el desayuno, todo en modo automático
mientras compruebas en Internet todo lo que ha cambiado en las pocas
horas que te has mantenido dormido. Buscas información sobre
lo que acabas de ver, información que acabarás olvidando en pocas
horas. Ves lo que hace la gente a la que sigues en redes sociales,
aprovechando que algunos ya se han levantado antes que tú, o
simplemente viven en otra zona horaria, y han generado contenido
mientras dormías. Quizá tú también generes contenido, colocando
el desayuno de manera que parezca algo apetecible, moderno y sano y
sacándole una foto para ponerle después un filtro que mejore aún
más el aspecto final. Todo para que otros como tú tengan algo que
ver después de haber dormido poco y mal.
Sales
de casa, o quizá ni eso si puedes trabajar desde ella, y te diriges
a tu trabajo. Durante el trayecto sigues mirando esa pantalla
portátil, absorbiendo información inútil acerca de personas que no
conoces. Personas subiendo fotos de sus cuerpos, textos sobre sus
experiencias o pensamientos, artistas intentando ser relevantes y
poder ganar dinero con su arte, sus productos o su trabajo. Todos
compitiendo por reclamar tu atención más de dos segundos, en que
pulses el botón del corazón o el pulgar arriba para que te unas a
los cientos o miles de personas que han hecho lo mismo. Intentando
ofrecer algo mejor que los demás mientras ofrecen exactamente lo
mismo.
Espera,
a lo mejor no eres un fanático de las redes sociales. Puede que en
ese trayecto te dediques a leer un libro, pero eso no te hace mejor
persona o perteneciente a una casta superior. Tampoco si ves una
serie o una película, vas jugando a algo, escuchando música o
simplemente te dedicas a observar y juzgar a la gente que va mirando
sus pantallas. “Menudas pintas tiene. Qué asco da. Huele mal.
Querría tener sexo con esa persona.”
La
cuestión es que al final llegas a tu trabajo (eso si no lo haces
desde casa, o si lo tienes siquiera) y dedicas las ocho horas de
rigor a hacer las mismas tareas que todos los días. Lo mismo de
todos los días, que seguirás haciendo hasta que cambies de trabajo,
te echen o tengas que dejar de trabajar. Intentarás escaquearte de
vez en cuando, bien sea volviendo a consultar la pantalla del móvil,
navegando por Internet o de cháchara con tus compañeros de trabajo.
Incluso una visita al baño puede darte un descanso. Realmente
da lo mismo a qué te dediques, porque lo que acabo de decir seguro
que te representa. Puede que en vez de ser ocho sean seis horas, o
que estés estudiando en vez de trabajando. Que sea desde casa, o en
un centro, o al aire libre. Seguro que te has sentido aludido.
Volverás
a casa, al final. Quizá te entretengas tomando algo primero con tus
colegas, hablando de cualquier cosa mientras intentas ser relevante,
amable e interesante, todo a la vez. Te preocupas más de lo que
pensarán de ti que de relajarte y pasarlo bien. Quizá lo que hagas
sea pararte a comprar aquello que necesites para alimentarte,
eligiendo lo que sea más saludable, o esté más de moda, o
simplemente lo que te apetezca y no sea demasiado caro. Deambularás
por los pasillos del comercio que hayas elegidos, preguntándote
porqué está todo tan caro y la comida no se parece a la que ves por
Internet.
Puede
hasta que hagas ejercicio, y te pongas delante de una máquina a
hacer lo que ninguno de tus antepasados necesitó para mantenerse
saludable. Bueno, pero tú vivirás más, seguro. A menos que te mate
la contaminación, las bacterias resistentes a antibióticos, los
accidentes de tráfico, de trabajo o domésticos, el estrés, la
ansiedad o un nuevo virus pandémico. Eh, pero seguro que aparte de
eso te mueres muy sano.
Ah,
y no lo olvidemos. Tampoco la gente parece lo mismo. Quizá sea la
luz, sean los filtros o que la realidad está empezado a tener menos
resolución que las pantallas. Todos parecen más grises, más
mayores, más cansados. Cabellos y ojos tienen menos brillo, y las
caras parecen más hartas de todo. Ni por asomo ves tantas sonrisas.
Un pelo, una arruga, un grano, que en la foto no aparecían y que en
la realidad hacen desmerecer el conjunto.
Menos
mal que acabas llegando a casa, y entonces todo vuelve a reducirse a
la familiaridad de tu hogar y las pantallas. Todo cambia a través de
la pantalla. Esa persona con la que estuviste hablando y que te
parecía de lo más normal ha subido una foto nueva a Internet y
ahora te parece mucho más interesante. Más atractiva. Atrayente.
Todo es más real a través de la pantalla.
La
olvidas en los siguientes cinco segundos, abrumado por todo el
contenido que está ahí, esperándote. Volverás a alimentarte,
puede que vuelvas a intentar demostrar que tu comida es la más chic
y saludable subiendo otra foto más. Terminas y puede que cambies una
pantalla por otra más grande, viendo series y películas en bucle
sin disfrutar realmente de lo que ves. Tragándote todos los mensajes
subliminales, toda la publicidad, animándote a comprar, consumir,
ser más interesante y atrayente. A demostrar a los demás que eres
todas esas cosas, además de ingenioso y divertido.
Puede
que no te vaya la ficción. A lo mejor cuidas de una granja virtual,
una ciudad o sólo juegas a las cartas para intentar ganar dinero. O
juegas al último juego multijugador en línea de moda que sólo
consigue que te frustres porque siempre hay alguien mejor que tú. No
digo que no te lo pases bien, sino que al final, en algún momento,
no lo haces.
Es
posible que simplemente te dediques a navegar, buscando en ese océano
de información alguien afín a ti, que tenga los mismos gustos,
opiniones o posturas políticas. Viendo vídeos de gente que expone
sus opiniones al resto de los mortales, sabiéndose incontestables en
sus púlpitos digitales. Puede que alguien no esté de acuerdo y así
lo diga. Es igual. Nadie va a leer todos los comentarios.
Últimamente,
cuando ya te has acabado Internet y todo lo que te interesa –desde
vídeos de gatos a personas desnudas- ya te hastía, te ha dado por
pensar que todo es una simulación, que vivimos en una Matrix, y lees
y ves a gente que opina lo mismo, que la vida no es tan real como
debería ser. O como solía ser. Hay cientos de vídeos en las
plataformas que apoyan tus creencias y te dan más razones para
pensarlo. Puede que incluso al principio la idea te pareciera una
locura, pero cada vez tiene más sentido. Las pruebas están ahí.
Incluso experimentos y estudios serios.
Qué
más da. ¿No te das cuenta de que eres tú el que da forma a la
simulación?
Si
ya vives a través de una pantalla, a través de una red, a través
de un avatar; pocas de tus experiencias son reales, ninguna de tus
relaciones lo son. Si no estás viviendo tu vida, ¿porqué te
preocupas de si es real? No, tu trabajo no cuenta. No sólo eres
alguien que trabaja, o estudia, o se relaciona. Eres algo más.
Si
estás en una simulación, al menos vívela. Sal ahí fuera. Vive. Sé
real.
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